4 de abril de 2017

El anillo


El anillo de matrimonio de mi madre fue serruchado, arrancado de su dedo anular debido a la inflamación en alguno de sus embarazos. Contaba la abuela que, el oro y el diamante incrustados, conocían las señales de que a mi pobre hija le iría muy mal con tu padre. Mi madre me contó que la argolla matrimonial la vendió en alguno de los episodios de separación. Yo en cambio, renuncié a toda clase de formalismos: al vestido de quinceañera y al vestido de novia. Secretamente sentía atracción por otros rituales menos mundanos, por ejemplo, el anillo de compromiso, nunca lo dije, no lo confesaría jamás. Parece que mi destino fue condenado a ese tipo de renuncia porque no tuve padrinos de bautizo -no fui bautizada- tampoco tuve primera comunión, no fui motivo de festejo en sentido alguno. La rebeldía y el menosprecio tomaron su lugar con dignidad.

(© Consuelo Sáenz, Tu nombre y las cosas, revelaciones, 2012)