18 de abril de 2017

Historia de una anécdota


Inmersa en un mundo de ensueño,  donde la acción en las féminas fue suscrita a las órdenes de los hombres de la casa; entre aquellos infranqueables muros custodiados por mis abuelos maternos, los libros fueron la mejor y única libertad. En ellos he depositado la razón de lo que soy: las alegrías, las dudas, el terror, la vida, la muerte, la enfermedad, los estados caóticos causados, quizá, por la genética y atizados por el viento insistente de esos autores que supieron describir mis emociones: lo que es, lo que fue y lo que deberá ser. Mi padre no fue lector, sin embargo lo vi pelear una vez por un libro Los Renglones Torcidos de Dios, peleaba el significado sentimental que el libro, regalo de mi abuela, poseía. Mi madre lo había prestado a una de mis tías ¿hasta cuándo lo devolverá? ¡Un mes para leer un libro! ¿No crees que hubiera sido mejor si me hubieras preguntado?



(© Consuelo Sáenz, Tu nombre y las cosas, revelaciones, 2012)